viernes, 7 de diciembre de 2012

4

Alba recogió el cheque con el finiquito mientras luchaba por aguantar las lágrimas.  Hacía años que no lloraba. Llorando se mostraba debilidad.  Su padre le había dicho muchas cosas útiles en la  vida.  El orgullo es defensivo, por ejemplo. Que no te hagan creer que el orgullo es malo. Eso sí, sácalo cuando te ataquen,  de cualquier otro modo es vanidad.

-No te preocupes, te saldrá algo enseguida.- la condescendencia rebosaba en las palabras de Estrella,  directora  de la sección de recursos humanos  que había firmado la orden de despido.

-Ahórrate las palabras, Estrella.

Salió dando un portazo y sintiéndose insatisfecha. Tendría que haber largado un discurso encomiable, uno de esos discursos llenos de rabia y  verdad que ponían los pelos de punta cuando los veías en una película. Pero siempre había sido lenta para eso. A balón pasado se le ocurrían un montón de respuestas geniales para los más diversos enfrentamientos cotidianos. Se imaginaba volviendo a la situación de conflicto donde, por supuesto, siempre la esperaba el adversario para escuchar lo que tenía que decir.  Pero despertaba pronto con la respuesta en la mente  y un sabor amargo en la boca.  Un recordatorio de que en realidad no era tan lista.
Fue a coger el autobús pero se lo pensó mejor y decidió volver andando a casa. Era una hermosa mañana de Diciembre, de esas que el cielo está claro y hace mucho más frío que de costumbre.  
Al principio no se dió cuenta y por eso no le afectó, pero a poco logró quitar la vista de sus pies para fijarse en las calles. La navidad había llegado.  Escaparates llenos de ofertas y nieve tan falsa como las ofertas, luces intermitentes y horteras encendidas sin esperar a que se hiciera de noche, voces de niños cantando villancicos distorsionadas por el megáfono de algún almacén. Nunca le había tenido un rencor especial a la navidad. No era de ese grupo de personas que la critica y luego se sienten tristes cuando no vienen los reyes. Tampoco la defendía a capa y espada y , por supuesto, no era tan ingenua como para pensar que la navidad hacía mejor a las personas. Era una época bonita para disfrutar en pareja, con la familia y todo eso. Si tenías, claro.
“Yo pude tenerla”
Empezó a caminar más rápido, no quería ver nada. Ni renos de cartón piedra, ni muñecos, ni bombillas, ni abetos, ni guirnaldas, ni ningun motivo decorativo navideño. No quería detenerse en nada y mucho menos conversar con algún conocido. Volvió a mirarse los pies mientras apretaba el paso.
Aunque  estaba  ya relativamente cerca de casa, no creía que pudiera soportar cruzarse con alguien, así que aprovechó cuando un destello rojo se cruzó por la periferia de su visión. Alzó la cabeza y vio un bus deteniéndose en la parada. Se subió por los pelos. Ni siquiera se sentó, pues al cabo de tres minutos bajaría en la puerta de su casa. Había una parada justo enfrente del portal.

Ya estaba entrando en la seguridad del ascensor y apretando el botón correspondiente a su piso cuando la puerta se abrió de golpe.

-¡Hola!- dijo sonriendo el vecino de enfrente. Llevaba una bolsa opaca pero muy fina con una recipiente dentro que desprendía un intenso olor a comida. La levantó  -¿Quieres un poco?
Alba se dió cuenta que la estaba mirando fijamente, aunque sin verla. El vecino, sin embargo, la miraba a ella. De hecho, parecía estar leyendo su alma.
-¿Eh? No no, que va. Gracias.
Cuando salieron del ascensor cada uno se fue a abrir su casa. Alba oyó una voz a sus espaldas.
-Oye, si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Se sintió extrañada. El vecino casi nunca abría la boca. Y mucho menos para ofrecer ayuda. Ni siquiera sabía como se llamaba.
-Estoy bien, gracias.-dijo sin volverse.
-Genial. Pues feliz navidad.
Alba cerró la puerta tras de si y se apoyó en ella. Fue entonces cuando la presa no pudo soportar la presión de la sal y sus ojos estallaron en lágrimas, tímidas primero, feroces e implacables al cabo de unos segundos. Se derrumbó así, apoyada contra el mundo, convencida de que nadie iría a levantarla.
-Feliz navidad-dijo mecida en los brazos helados de un viejo dolor conocido. 










No hay comentarios:

Publicar un comentario