lunes, 3 de diciembre de 2012

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-Puta mierda-graznó Rubén mirando a los manifestantes que habían parado el tráfico.

No alcanzaba a ver el número de personas que había conseguido cortar la Gran Vía, pero no parecían muchos. Empezó a ponerse nervioso. Volvió a mirar el reloj y vió que había pasado cinco minutos. Tocó el claxon violentamente.  Otros coches lo imitaron. El sonido del rotor de un helicóptero se unió a la cacofonía  reinante y pronto se empezó a oír  el ruido seco  y amortiguado  de los rifles disparando proyectiles de goma.  Dentro del mercedes no corría ningún peligro, aunque sí lo corría el mercedes.  Cien mil euros rodantes.  Cien mil euros. ¿Y la casa? Casi medio millón de euros incrustados en una falsa colina, ubicada en una urbanización de las afueras de Valencia.  Familias pertenecientes a la nueva alta sociedad valenciana, alejada de los viejos clanes terratenientes  y habitada por cirujanos plásticos, futbolistas, concejales de urbanismo y  algún que otro agente de bolsa. Nunca se había sentido del todo cómodo. Y todo por dos palabras.
“Sin burbujas”
Su infancia había transcurrido con una mezcla entre el miedo a las palizas de su padre, siempre  prestas a zanjar cualquier asunto quisquilloso, y la alegría de corretear como un animal salvaje por la huerta que rodeaba Benimaclet, el barrio donde se había criado.
Más tarde, los amigos del colegio dieron paso a los de instituto tal como estaba previsto. Fue un estudiante mediocre.
“Casi medio millón de euros”
Rubén había querido viajar más,  estudiar arte dramático, bellas artes o no hacer nada. Fumar porros y tocar la guitarra con  su grupo “Los tremendos” . Eso era lo que mejor se le daba de adolescente. En aquella época era de las pocas personas en España que lo hacía. Fue de los primeros. Tocaba rock  anglosajón con sus amigos en una época en la que triunfaba la canción italiana y el Dúo Dinámico. También fumaban marihuana gracias a su inseparable amigo Alberto, hijo de un diplomático franquista que había pasado el régimen viviendo en Londres. De las visitas a su padre se trajo cientos de discos,  un arpegio en Sol, Re, Do  casi perfecto copiado de un tal Dylan y  unas semillas de aspecto insignificante que lo cambiarían todo. Ahora, casi a punto de concluir 2012 la calle olía a marihuana y su hija Beatriz estaba a pocos años de fumar su primer canuto. Rubén no fumaba hierba desde aquel viaje a la india. Después todo había cambiado. Toda su vida. Fue a raíz de aquello cuando empezó a hacer caso a su padre, a olvidar  la cara sin sentimientos de su madre, su propia rebeldía y  a empezar a estudiar  de una forma determinante y voraz. Quizá si no dejaba de memorizar cosas, debió pensar, podría olvidar otras.
La india lo cambió todo. A él, a su mundo. Ella lo hizo. Si era millonario era gracias a ella.
“No la nombres”
Dos palabras.
“Sin burbujas”
El joven rebelde había acabado estudiando publicidad . Fue algo que nunca había logrado perdonarse. Era creativo, lo sabía, así que utilizar su creatividad para vender cosas le parecía rebajarse, estar en la planta baja del arte. Pero su padre tenía razón. No quería regentar tiendas de ultramarinos.
Había acabado la carrera con buena nota, había encontrado trabajo en una firma de publicidad catalana y más tarde se había quedado una de las cuentas más valoradas de la compañía que estaba a nombre de una conocida marca de refrescos. Se la quedó tanto que  él mismo abrió su propia compañía en su ciudad natal, Valencia, llevándose a varias mentes muy creativas y unos cuantos clientes con cuentas millonarias, todas de refrescos y sus variantes.  Llegó el “Sin burbujas” que diferenció  a ese refresco de los dominantes e hizo que subieran sus ventas un diecisiete por ciento nada más lanzar la campaña. Fue una de esas chorradas geniales por las que no le gustaba su trabajo.
En el mundillo era muy conocido por esa historia. Tenía fama de ser un cabrón con talento.

Rubén se quedó mirando cómo corrían los manifestantes, perseguidos por los antidisturbios,  mientras pensaba en su pasado.

Lo demás vino rodado.  Mujer, millones, cochazos, mansión, hija, club de tenis y un vacío tan gigantesco como sutil que no conseguiría llenar con nada. No era dramático. No era horrible, sino más bien como una serena desesperación que mantenía bajo control gracias a todas las cosas que ocupaban su mente. Era como una segunda piel muy delgada, que le impedía ser él al cien por cien. Últimamente ese vacío parecía hacerse más presente  cada día que pasaba. Una música interminable y repetitiva que no sólo no cesaba, sino que cada vez se oía más alta.
Todo el éxito  del que disfrutaba jamás le había hecho sentir como al ser joven, cuando hizo ese viaje con...
“Nómbrala”
“Hace años que no lo haces”
“¿Cuánto tiempo ha pasado?”
El  repentino sonido de una bala de goma haciendo añicos la luna delantera del mercedes cortó  por un momento  el hilo  de sus pensamientos.
“Alba” -pensó.
 ”Se llamaba Alba”