-Puta mierda-graznó Rubén mirando a los manifestantes que habían parado el tráfico.
No
alcanzaba a ver el número de personas que había conseguido cortar la
Gran Vía, pero no parecían muchos. Empezó a ponerse nervioso. Volvió a
mirar el reloj y vió que había pasado cinco minutos. Tocó el claxon
violentamente. Otros coches lo imitaron. El sonido del rotor de un
helicóptero se unió a la cacofonía reinante y pronto se empezó a oír
el ruido seco y amortiguado de los rifles disparando proyectiles de
goma. Dentro del mercedes no corría ningún peligro, aunque sí lo corría
el mercedes. Cien mil euros rodantes. Cien mil euros. ¿Y la casa?
Casi medio millón de euros incrustados en una falsa colina, ubicada en
una urbanización de las afueras de Valencia. Familias pertenecientes a
la nueva alta sociedad valenciana, alejada de los viejos clanes
terratenientes y habitada por cirujanos plásticos, futbolistas,
concejales de urbanismo y algún que otro agente de bolsa. Nunca se
había sentido del todo cómodo. Y todo por dos palabras.
“Sin burbujas”
Su
infancia había transcurrido con una mezcla entre el miedo a las palizas
de su padre, siempre prestas a zanjar cualquier asunto quisquilloso, y
la alegría de corretear como un animal salvaje por la huerta que
rodeaba Benimaclet, el barrio donde se había criado.
Más tarde, los amigos del colegio dieron paso a los de instituto tal como estaba previsto. Fue un estudiante mediocre.
“Casi medio millón de euros”
Rubén
había querido viajar más, estudiar arte dramático, bellas artes o no
hacer nada. Fumar porros y tocar la guitarra con su grupo “Los
tremendos” . Eso era lo que mejor se le daba de adolescente. En aquella
época era de las pocas personas en España que lo hacía. Fue de los
primeros. Tocaba rock anglosajón con sus amigos en una época en la que triunfaba la
canción italiana y el Dúo Dinámico. También fumaban marihuana gracias a su inseparable amigo Alberto, hijo de un diplomático franquista que había pasado el régimen viviendo en Londres. De las visitas a su padre se trajo cientos de
discos, un arpegio en Sol, Re, Do casi perfecto copiado de un tal
Dylan y unas semillas de aspecto insignificante que lo cambiarían todo. Ahora, casi a punto de concluir 2012 la calle olía a marihuana y su
hija Beatriz estaba a pocos años de fumar su primer canuto. Rubén no
fumaba hierba desde aquel viaje a la india. Después todo había cambiado.
Toda su vida. Fue a raíz de aquello cuando empezó a hacer caso a su
padre, a olvidar la cara sin sentimientos de su madre, su propia
rebeldía y a empezar a estudiar de una forma determinante y voraz.
Quizá si no dejaba de memorizar cosas, debió pensar, podría olvidar
otras.
La india lo cambió todo. A él, a su mundo. Ella lo hizo. Si era millonario era gracias a ella.
“No la nombres”
Dos palabras.
“Sin burbujas”
El
joven rebelde había acabado estudiando publicidad . Fue algo que nunca
había logrado perdonarse. Era creativo, lo sabía, así que utilizar su
creatividad para vender cosas le parecía rebajarse, estar en la planta
baja del arte. Pero su padre tenía razón. No quería regentar tiendas de
ultramarinos.
Había
acabado la carrera con buena nota, había
encontrado trabajo en una firma de publicidad catalana y más tarde se
había quedado una de las cuentas más valoradas de la compañía que estaba
a nombre de una conocida marca de refrescos. Se la quedó tanto que él
mismo abrió su propia compañía en su ciudad natal, Valencia, llevándose a
varias mentes muy creativas y unos cuantos clientes con cuentas
millonarias, todas de refrescos y sus variantes. Llegó el “Sin
burbujas” que diferenció a ese refresco de los dominantes e hizo que
subieran sus ventas un diecisiete por ciento nada más lanzar la campaña.
Fue una de esas chorradas geniales por las que no le gustaba su
trabajo.
En el mundillo era muy conocido por esa historia. Tenía fama de ser un cabrón con talento.
Rubén se quedó mirando cómo corrían los manifestantes, perseguidos por los antidisturbios, mientras pensaba en su pasado.
Lo
demás vino rodado. Mujer, millones, cochazos, mansión, hija, club de
tenis y un vacío tan gigantesco como sutil que no conseguiría llenar con
nada. No era dramático. No era horrible, sino más bien como una serena
desesperación que mantenía bajo control gracias a todas las cosas que
ocupaban su mente. Era como una segunda piel muy delgada, que le impedía
ser él al cien por cien. Últimamente ese vacío parecía hacerse más
presente cada día que pasaba. Una música interminable y repetitiva que
no sólo no cesaba, sino que cada vez se oía más alta.
Todo el éxito del que disfrutaba jamás le había hecho sentir como al ser joven, cuando hizo ese viaje con...
“Nómbrala”
“Hace años que no lo haces”
“¿Cuánto tiempo ha pasado?”
El
repentino sonido de una bala de goma haciendo añicos la luna delantera
del mercedes cortó por un momento el hilo de sus pensamientos.
“Alba” -pensó.”Se llamaba Alba”